lundi 15 avril 2024

Lo disforme en la obra de Velázquez


11 de abril de 2024, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Diego Velázquez, Felipe IV (llamado en Fraga), 1644, 129.8×99.4cm, Frick Collection


De Diego Velázquez quedan once retratos del rey de España Felipe IV (1605-1665), los ocho primeros de entre 1623 y 1635, y tres retratos entre intervalos largos, este que data de 1644, el último de hacia 1653 y una alegoría de 1645. Pero es probable que haya habido más, Velázquez fue el pintor oficial y casi exclusivo del Rey durante este periodo. La excelente monografía de Taschen me había dado la ocasión de reflexionar sobre aquellos retratos reales (y sobre otros), después de la exposición londinense de 2006. Cortesano aplicado, Velázquez fue cercano al Rey hasta llegar a una forma de complicidad con su soberano que se expresa a través de retratos sin complacencia, colmados de veracidad (incluido el último hacia 1653, melancólico y rebosante de duda y angustia). En 1664 el Rey acaba de despedir a su primer ministro el conde duque de Olivares, decide gobernar él mismo y tomar las riendas de la guerra contra Francia (1635-1659) que ocupa Cataluña. Es un periodo agitado, en el cual Portugal acaba de independizarse después de 60 años de dominación española, Cataluña y las Dos Sicilias se sublevan y el Rey quiere afirmar su poder. Para reconquistar Lérida, el Rey y la corte se instalan en la pequeña Fraga y Velázquez lo acompaña. 


Diego Velázquez, Felipe IV, detalle



Es el único retrato militar que hizo del Rey, nueve o diez años después del retrato anterior, que fue ecuestre. El Rey se presta para tres sesiones de pose en una alcoba que Velázquez hizo arreglar como estudio y en el suelo del cual cada día ponen brazadas de juncos para que al Rey no le dé frio en los pies. Apenas queda acabado el cuadro se lo envían a la Reina a Madrid (quien embarazada de seis meses morirá en el parto en octubre) que preside una misa de acción de gracias en la iglesia San Martín: una representación en lugar y en el lugar del Rey. Se trata del retrato de un vencedor (provisional, la guerra va a durar aún 15 años) con espada y bastón de mando aunque la expresión del Rey no sea verdaderamente marcial. Es también un retrato dotado de una función precisa, la celebración de la victoria: el único retrato igual de «utilitario» es el del Rey a caballo para el Buen Retiro, pues los otros retratos reales, aunque no podamos decir que son más íntimos, en todo caso son menos formales. En fin, curiosamente es el único retrato en el que el Rey mira hacia la izquierda: quizás Velázquez haya pintado  el cuadro sabiendo su presentación futura, es una elección vinculada con la exposición del cuadro en San Martín, según explica Pablo Pérez d'Ors en el catálogo. 



Diego Velázquez, Felipe IV, detalle


Un retrato pintado rápidamente, al contrario de lo habitual en su trabajo, demasiado rápido podemos pensar: mientras que trabajó muy bien la cara, la piel, el pelo y el bigote, el traje parece haber sido pintado de forma menos refinada, con pinceladas más toscas, en especial si se compara con el trabajo minucioso del retrato llamado «castaño y plata». El rey, como de costumbre lleva la insignia de la Orden del Toisón de Oro, pero, mientras que en los otros cuadros esta resalta sobre un fondo negro, aquí es apenas visible (arriba) sobre un extraño fundido castaño entre el manto rojo y la camisa amarilla (los colores de Aragón y luego de España): parece una hendidura, un rasgón, una herida. Tanto las pinceladas blancas y grises de los bordados sobre el lienzo rojo al cual va suspendida la espada, como el cruce de los toques blancos que le dan volumen al brocado de las mangas, (aquí arriba) son bastante inhabituales en el realismo del pintor. Quizás ello no sea debido a ninguna precipitación sino más bien a la voluntad de Velazquez de explorar el universo de lo disforme: así logra combinar (como subraya Larry Keith en el catálogo de la exposición de 2006) una pincelada entrecortada y fragmentada cuando se mira de cerca con una visión más amplia que reúne los fragmentos en una representación armoniosa vista a distancia. Notemos también, abajo, la negrura casi abstracta del sombrero como contrapunto austero a la riqueza del traje, al igual que el bastón simplísimo se opone a la espada ricamente decorada. 


John Huston, El halcón maltés, 1941, captura de pantalla


El cuadro pertenece a la Frick Collection de New York y fue, dicen, el cuadro preferido del magnate Henry Frick. Se lo prestaron (hasta el 9 de septiembre) al Museo Gulbenkian. Como anécdota, podemos asociarlo con Humphrey Bogart.